SER LATINO ES MÁS QUE HABLAR ESPAÑOL

Por Francys Frica


Ser latino en Nueva York no es una sola cosa. No es solo el idioma, ni la música que suena en las bodegas, ni siquiera el acento con el que pedimos un café con leche. Ser latino en esta ciudad es navegar una identidad compleja, a veces contradictoria, pero siempre vibrante.


Cuando llegué por primera vez, con mi acento marcado, mis costumbres bien puestas y una maleta llena de referencias culturales, creía que encontraría una especie de hermandad inmediata con “los latinos de aquí”. Pronto entendí que lo latino en Nueva York tiene matices infinitos. Hay quien no habla español, quien no baila bachata, quien no celebra el mismo día festivo que mi país. Sin embargo, son tan latinos como yo.


La ciudad donde todas las versiones de “LO LATINO” conviven


Nueva York nos obliga a redefinirnos. Aquí, lo latino se reinventa en cada esquina. En el Bronx, un dominicano y un ecuatoriano comparten barbería, en Queens, una mexicana se casa con un puertorriqueño y aprenden a cocinar mofongo y enchiladas, en cambio, en Brooklyn, un colombiano de segunda generación rapea en spanglish sobre el peso de no sentirse “suficientemente latino”.


En esta ciudad, somos tantos y tan distintos, que el término latino se convierte en un punto de partida, no de llegada. Se dice fácil, pero duele aceptarlo a veces, no hay una sola manera de serlo.
¿Qué nos une, entonces?


La memoria, la comida, la nostalgia, sí. El olor del sofrito, la emoción de escuchar un merengue clásico en medio del tráfico, la risa compartida al usar un dicho que solo nosotros entendemos, también. Pero sabes, igualmente, nos une la experiencia de tener que traducirnos todo el tiempo: cultural, lingüística y emocionalmente. Nos une la mirada del otro. Esa mirada que nos coloca en una categoría, incluso cuando nosotros mismos aún estamos buscando las palabras para decir quiénes somos.


La lucha por pertenecer


Hay días en los que uno se siente demasiado latino para algunos espacios, y no lo suficientemente latino para otros. Aquí, entre rascacielos y estaciones de metro, aprendí que mi identidad no tiene que complacer a nadie. Que hablar español no me define por completo, pero tampoco me aleja de mis raíces.


Ser latino en Nueva York es construir un puente entre la herencia y el presente. Es aceptar que somos muchas cosas a la vez; hijos del caribe, del merengue, la salsa, la bachata, el son, el tango, la plena, el mariachi y de la poesía, de la resiliencia y de la mezcla, del trauma migrante y del orgullo cultural.


Por consiguiente, quiero que sepas que, ser latino en Nueva York es, sobre todo, resistir sin perder la ternura. Es hablar con los abuelos, cocinar recetas con ingredientes adaptados, llorar en los trenes, reír en las fiestas, soñar en dos idiomas, añorar nuestros orígenes y la capacidad de adaptarnos a una nueva vida. Es más que hablar español, es un acto constante de traducción interna, de reconstrucción identitaria. Es una celebración, una contradicción, un viaje que apenas empieza.