Relámpagos, ruido y silencio: crónica de un colapso neoyorquino

El gran apagón de Nueva York

Por Francys Frica

El pasado 28 de abril, gran parte de Europa quedó envuelta en una oscuridad inesperada. Un colapso eléctrico de gran magnitud afectó a más de 50 millones de personas en países como España, Portugal, Andorra y el sur de Francia. A las 12:33 p.m., la red eléctrica falló. Las causas todavía están bajo investigación, pero las consecuencias fueron inmediatas y contundentes: paralización del transporte, fallos en las telecomunicaciones, caos en los hospitales y un temor generalizado. Fue uno de los apagones más extensos de la historia moderna del continente.

Pero si crees que este suceso fue trascendental, déjame contarte sobre una noche aún más simbólica y estremecedora, vivida no en Europa, sino en la ciudad que simboliza el corazón económico y cultural de Estados Unidos: Nueva York. El año era 1977, y lo que ocurrió durante ese apagón no solo dejó a millones sin electricidad, sino que iluminó las grietas más profundas de una sociedad en crisis.

El contexto: una ciudad al borde del colapso

En julio de 1977, Nueva York ardía. No solo por la ola de calor sofocante que azotaba sus calles, sino por el malestar social que venía acumulándose como una bomba de tiempo. La ciudad enfrentaba una crisis económica sin precedentes: desempleo masivo, tensiones raciales elevadas, un aumento incontrolable del crimen, barrios marginados olvidados por el sistema y, como si fuera poco, el miedo sembrado por el asesino en serie conocido como “Son of Sam”.

Nueva York era un volcán a punto de hacer erupción, y el apagón fue la chispa.

¿Qué causó el colapso?

El 13 de julio de 1977, una serie de rayos cayó sobre líneas de alta tensión en el norte del estado. Esto provocó que varias de ellas colapsaran. Pero lo que pudo haberse contenido, se transformó en catástrofe por una combinación de fallas técnicas y errores humanos: los sistemas automáticos no redirigieron adecuadamente la energía, la red de Nueva York estaba aislada del resto del sistema eléctrico nacional, y el personal de Consolidated Edison (Con Edison) no reaccionó con la coordinación necesaria.

En cuestión de minutos, la ciudad entera se sumió en la oscuridad.

Lo que trajo la noche

Lo que ocurrió durante esa noche fue más que una falta de energía. Fue una explosión social. En tan solo unas horas:

  • Más de 1,600 tiendas fueron saqueadas.
  • Más de 1,000 incendios fueron provocados.
  • Unas 3,700 personas fueron arrestadas.

La desigualdad se hizo visible con una crudeza brutal: mientras en zonas acomodadas como Manhattan la noche transcurrió con relativa calma, en vecindarios como el Bronx, Harlem y Brooklyn la oscuridad desató una mezcla de rabia, hambre y frustración. No era simple vandalismo: era una respuesta visceral de comunidades que ya vivían en penumbras sociales y económicas, incluso antes del apagón.

Para muchos, fue una noche de miedo, de caos, de impotencia. Para otros, una válvula de escape en una ciudad que los había olvidado.

Las secuelas que dejó la sombra

El apagón de 1977 obligó a replantear no solo los sistemas eléctricos, sino las políticas de seguridad, los protocolos de emergencia y, sobre todo, la forma en que se atendían (o se ignoraban) las necesidades de los sectores más vulnerables. Fue una llamada de atención dolorosa, pero necesaria.

En la memoria colectiva, aquella noche quedó grabada no como una falla técnica, sino como el símbolo del declive urbano que vivía la ciudad en los años 70.

¿Qué revelan los apagones?

Los apagones no solo apagan la electricidad. También revelan lo que está roto. Exponen la fragilidad de nuestros sistemas, la desigualdad social, y lo que ocurre cuando se apagan las cámaras y los focos del progreso. El apagón de Europa en 2025 afectó a millones y está aún siendo evaluado, pero el de Nueva York en 1977 nos dejó una lección más profunda: en la oscuridad, todo lo que el sistema se niega a ver, sale a la luz.